- Ingeniero, Ingeniero, afuera hay una persona del Ministerio que pidió verlo si Ud. lo puede atender.
La voz ligeramente aflautada y como siempre ceremoniosa de Fontanet me decía esto casi a punto de retirarse con el despacho que el director había firmado.
Desde mi pretencioso escritorio de enésimo “Adjunto a
- Es un ordenanza, me parece que es por los puestos administrativos que están disponibles ...
Unos pocos días antes nos había llegado la aprobación de la estructura en el organigrama ministerial. Allí habían aparecido dos inesperadas nuevas posiciones, antes inexistentes, para asistentes administrativos, creo que en relación a las posiciones de Jefes de Departamento incorporadas también poco tiempo atrás.
- Bueno, dígale que pase ...
Dos o tres días después la misma persona volvió a cruzar la puerta trayéndome a “la nena”.
Muchos años más tarde, cuando Olmedo, Portales y
La angelical criatura -me parece que ese día no traía ninguna de sus después famosas hiper-mini-faldas- cruzó aterrorizada la puerta y se sentó -tras insistirle dos o tres veces- en una silla frente a mi, escritorio por medio.
Carraspeando, naturalmente nervioso, ... (yo, claro, ¿quién podía justificar ponerse realmente nervioso en esa circunstancia?) le pregunté sin 2ª intención, casi estúpidamente:
- Ejem, bueno, ¿vos qué sabes hacer?, ... quiero decir, ¿escribís bien a máquina? ..., ¿sabés inglés? ..., ¿alguna vez oíste hablar de una computadora? ..., etc.
Voy a ahorrarles el bochornoso espectáculo de mi persona buscando una pregunta que pudiera tener una respuesta positiva, y de Alicia -¿o era Olga Alicia?- sonrojándose cada vez más de no poder dar esa respuesta.
Viendo que por ese camino no iba a encontrar una excusa ni mínima para mi definitiva, casi inmediata, sapientísima intención de contratarla, llamé al inefable, joven y atildado Agustín.
Uds. debieron conocer a Agustín, era de esos personajes de la comedia francesa, él parecía haber nacido dentro del ministerio. Con sus aún no cumplidos 21 años era ya un veterano del saco y la corbata impecables.
Agustín tenía preparada una prueba de dactilografía sencilla que un par de días antes había superado Martita García (¡SI!, ¡también esa presencia en vuestras vidas -queridos lectores- la deben a este avezado detector de jóvenes talentos!, en otra ocasión contaré esa historia). Bueno, lo llamé y le pedí que le tomara la prueba a Olguita, y que la ayudara un poquito porque nunca había usado una máquina de escribir eléctrica como las que teníamos en el despacho ... (sólo muchos, pero muchos años más tarde ella me confesó que jamás había usado ninguna máquina de escribir!).
Agustín se alejó, y detrás de él, aún perdiendo sonrojos, se fueron las esculturales piernas de Alicia.
La puerta se cerró y yo invoqué la protección de los santos, no para ella que no la necesitaba en absoluto, sino para mi, claro está.
Creo que no pasaron 15’ antes de que Agustín regresara con su habitual impasibilidad (impasibilidad que sólo alteraban una orden apenas nerviosa del Director, o un triunfo de su adorado Boca) para informarme:
- Ingeniero, ... escuchame -Agustín tenía mi pedido expreso de tutearme siendo como era el único de los empleados a mi cargo de menor edad que yo, pero sólo lo lograba en el 2º envión-, no se si la máquina que le di no anda, o la descompuso ella ... ¡Me parece que nunca escribió en una!
Imaginarán sin equivocarse la seriedad casi solemne que ponía con los temas laborales ...
- Agustín, querido, pobre chica. Ayúdala un poco ... ¿esa de las pruebas no era la máquina que tenía problemas?
- Sí, pero el service vino la semana pasada y andaba bien, yo mismo la probé.
Yo sabía que era de una insobornable honestidad para honrar la verdad en las cuestiones de trabajo ... Por lo demás las máquinas eran el último grito de la perfección en su tipo en aquellos días y estaban impecablemente mantenidas.
- Bueno, dale alguna otra, que use la tuya o la de
La propuesta no lo entusiasmó, pero no se animó a contradecirme abiertamente:
- ¿Y si la rompe?
- Vamos Agustín, ¿cómo la va a romper? -(¡con esas manitas! pensaba mi otro yo)- Prestásela y quedate al lado para evitar el riesgo - le dije, feliz de haber hallado la “solución”.
No demasiado después volvió Agustín con “la prueba” en su poder.
En alguna forma incomprensible para nuestras rudimentarias habilidades e inteligencias, la querida Alicia (como finalmente la consagró nuestra memoria) había conseguido que la máquina escribiera en diagonal y en varios colores, un texto muy poco parecido al original.
La miré y miré a Agustín, que impasible y confiando en mi propia honestidad, aguardaba el inevitable rechazo.
Mi cabeza trabajaba acelerada y desvié el tema de la prueba preguntando por el padre, repasando el frondoso curriculum (de media carilla), y, argumentando sobre la urgencia de la incorporación. Le pregunté:
- ¿Todavía está allí? - no se si para cerciorarme o temeroso de que el angelito hubiera huido despavorido después de semejante estropicio
- Sí, está afuera ... - asombrado de no escuchar un inmediato veredicto negativo.
- A ver, decile que pase, no tenemos otra persona y quiero saber cuándo podría empezar a trabajar si la seleccionáramos.
Es innecesario explicarle al lector de estas vergonzosas líneas que contar con otra candidata hubiera sido cuestión de horas si lo hubiéramos intentado.
Olga, ya casi a punto de ser Alicia según ella misma ha confesado públicamente, cruzó -me parece que también asombrada- la puerta, tal vez temiendo que quisiéramos cobrarle la máquina de escribir descompuesta.
No recuerdo bien los balbuceos que intercambiamos. Ella explicando sus dificultades con la máquina de escribir eléctrica. Yo explicando que tal vez la fuéramos a tomar ... a pesar de todo, con la única excusa de que podía comenzar a trabajar casi de inmediato.
Finalmente dicté la sentencia:
- Ferraioli mirá, la prueba fue bastante discreta, y te recomiendo que practiques con la máquina de escribir lo más que puedas ... de aquí al lunes, momento en que te esperaríamos para empezar a trabajar. La verdad es que si con un par de piernas como las tuyas no te hago entrar unos 150 varones de este Centro de Cómputos -en caso de enterarse- me lincharían sin atenuantes ...
...o algo parecido
Bueno, espero, después de este tiempo prudencial de 37 años para mi confesión:
a) que me disculpen
b) que me aplaudan
c) ... que confiesen que ¡cualquiera de Uds. hubiera hecho lo mismo! (¡... y unos cuantos hubieran hecho cosas bastante peores!)
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