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viernes, 30 de abril de 2010

Carta cerrando el relato del otro yo del Dr. Merengue. Olguita y su debut con el aparato endiablado: “La Máquina de Escribir"

Papá insistía sobre la posibilidad de entrar al Ministerio donde trabajaba como encargado del depósito. En lo que parecía ser otra repartición llamada CUPED.
Transcurrían los años en donde las chicas hacían caso a sus padres ... y a pesar que dete
staba la idea de entrar y convertirme en lo que yo pensaba me transformarían: lo que años después tipificara Antonio Gassalla como “La Empleada Pública”, obedecí. Lo acompañé de muy mala gana, y peor disposición.
Alfredo miente con respecto a mi vestimenta: sólo tenía minis!
Por lo que me puse una de ellas -con un típico y minúsculo cruce delantero- que estrené para la ocasión.-
Me atendió un chico, que hablaba raro y me miraba más raro todavía, diría que con un cierto rechazo. Él fue a llamar a su oficina “... al: Ingeniero….. un señor que te va a entrevistar”.
Mi vida hasta entonces había transcurrido del colegio a mi casa, y de mi casa al colegio, apenas había pasado por algunos bailes de división a los que me acompañaba -¡¡por supuesto!!- mi mamá.
En esa época todo el que tuviese de 25 para arriba, era para mi un Señor ...
Ese Señor -ya habrán adivinado que me refiero al “Dr. Merengue”-
salió de su ..., su oficina?, y se quedó parado inmóvil, sin hablarme, mirándome también de forma extraña y, ... luego de unos interminables segundos (que a mi me parecieron años) se presentó, y me invitó a tomar asiento para ... “rendir la prueba”. Me ofreció una silla en el medio del salón: ahí me topé con mi primera dificultad, esa mini no resistía el estar sentada mucho tiempo, sin sufrir inconvenientes técnicos “graves”. Motivo por el cual a partir de ese instante -y hasta que pude pararme no salí de la tortura- con una de mis manos debía sujetar dicho cruce lo más disimulada y elegantemente posible, por lo que sólo me quedaba la otra manito para hacer la cruel "prueba" que me asignara con manifiesta mala intención. A diferencia de lo que cuenta Merengue, durante la prueba en la oficina, hizo muy pocas, casi ninguna pregunta, sólo me miraba extrañamente muy serio.
Una de ellas fue:
- Sabés ingles?

- No
- Ah, bárbaro!
- Sabés lo que es computación?
Aquí miente descaradamente su adornadito cuentito porque yo tuve una respuesta certera y precisa:
- No tengo ni idea!
- ¡Bien, bien!
para que no se juzgue erróneamente mi coeficiente intelectual agrego que rápidamente supe que no hablaba de ningún condimento para hacer pastas caseras, o de una nueva técnica de jardinería.
Su última pregunta fue
- Sabés escribir a máquina?
- Prácticamente, no.
Les cuento sólo como referencia que yo tuve un colegio cuyo sector de Dactilografía siempre estuvo en reparación, había pocas máquinas, ninguna andaba del todo o le faltaban letra, cinta, papel ... o todo a la vez.
En fin las prácticas se hacían sobre un tecla
do de cartón.
Dicho colegio tenía como corresponde al nivel académico que describo el prestigioso nombre de DALMACIO VÉLEZ SARSFIELD.
Sin hablar Merengue me señaló con su brazo y mano extendidos una máquina que no se parecía en nada a los cachivaches del cole.
El tremendo aparato con el que debí luchar era del tipo “el futuro ya llegó y está aquí”. El aparato atentó contra mis chances desde el principio ...
Lo desconocía absolutamente, es más, pensé que por ahí bordaba o quizás hablaba, dado que tenía una cabecita que tenía letritas, numeritos y caracteres.-
Yo creí que ahí habitaba un cerebro maligno y que esa máquina tenía vida propia. No bien puse un dedito de la única mano disponible con que contaba se lanzó locamente a repetir esa misma letra al infinito, quise cambiar la hoja y no sabía cual de todos esos botoncitos lo permitía por lo que intenté tironear de ella. Solo logré que se inclinara bastante la carilla, momento a partir del cual escribía con tinta roja. En el segundo intento se me corto una uña hermosa que yo tenía, sin ninguna piedad y es más hasta se hizo un agujerito en la hoja.
Recuerdo también que me ponía nerviosísima el ir y venir de otros señores al despacho de este señor, ...
Por lo que imaginé que tras esa puerta estaba el CUPED realmente: en vivo.
Posiblemente no me equivoque. No logre poner una sóla letra sin que se multiplicara geométricamente. Toque todo lo que pude en ella para ver de que se trataba y salir de esa bochornosa situación. Fue infructuoso hasta que ella sola decidió no trabajar más: una clara indicación de que en esa cabecita que presumía un nombre por demás diabólico IBM, había un cerebro malévolo. El muchacho -después supe que se llamaba Agustín- me preguntó:
- Terminaste?
Nada se podía hacer, sólo cabía un aplomado:
- Sí.
A él tampoco le resultó fácil sacarla, la miró,
me miró con un desprecio renovado y fue a esa puertita mágica de la oficina de Alfredo, digo, la del CUPED, del Dr. Merengue, Uds. me entienden.
Salió el ingeniero y no hizo ningún otro comentario más que:
- Cuándo podés venir a trabajar?
Pensé que era un chiste pero me mantuve firme:
- Cuando me llamen.
Fin. Nada más agregó, ni agregué yo tampoco.
...
Mi papi me decía cariñosamente "Nena", y, como podía suponerse me estaba esperando al salir:
- Y Nena, ¿cómo te fue?, ¿te llamará el ingeniero?
Mi respuesta fue terminante:
- Papá, yo no quería venir, lo hice para complacerte, pero lo que paso superó todo lo pensado...
Y agregué:
- Papi fue un desastre total. Nunca voy a trabajar en el CUPED, sólo ... SOLO UN DEMENTE ME LLAMARÍA.
El 10 de mayo de 1970, a los pocos días de esta experie
ncia me llamaron y ... aquí estoy, con Uds.
El ingeniero, muy sonriente y mucho más relajado que la primera vez me presentó a otro señor mayor -de 25- el ingeniero Bayonés que fue quien me rebautizó.
En mi casa y para mi pequeño mundo de campana de cristal yo era Olguita. A partir de ese día les escribe

Alicia

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